Hoy llegué a Taipei. Después de dos días de viajes en autobús, taxis, aviones, tres aeropuertos, colas, esperar, etc etc etc... llegué al destino con el que llevaba meses soñando. Y, desde el primer momento, me encantó.
Nada más bajar del avión mi nuevo compañero de piso y yo decidimos comprar una tarjeta sim para el móvil y poder así contactar con la tercera compañera. La amabilidad de la chica que nos vendió la tarjeta, las sonrisas y las preguntas de qué hacíamos tan lejos de casa, me sorprendieron gratamente. La gente ya me había dicho que los taiwaneses eran amables y atentos con los extranjeros, pero verlo de primera mano me fascinó.
Después del autobús que nos llevó a la estación de autobuses central de Taipei, nos encontramos con Iris y nos vinimos para el piso.
La pobre propietaria había tenido problemas con los anteriores inquilinos (una pandilla de guarros que dejaron basura por todas las puntas del piso) y nos recibió con miedo en la mirada. Después de veinte mil repeticiones de que no quería ruido (vive justo debajo) y de yo escuchar conversaciones en chino que todos conseguían entender menos yo, firmamos el contrato. Ya eran las 11 de la noche y aun teníamos que comprar ropa de cama, champú, desayuno, adaptador para el enchufe, unas toallas... No teníamos porqué preocuparnos: Taipei era la ciudad adecuada para ir de shopping sea la hora que sea.
Después de todas las compras, Iris y Manuel me llevaron a un pequeño restaurante donde probé los xiao long bao, el bao zi y el nai cha (té con leche). Todo delicioso.
Volvimos a casa, limpiamos un poco por encima, el fin de semana tocará mucho más. Y a dormir. Que mañana toca universidad y arreglar papeleo.
Estoy deseando empezar mis clases de chino y poder algún día llegar a hablar como lo hace Iris.
Ala, a ver si ahora me quedo dormida.